21.6.11

El elefante.

El gran elefante milenario me miraba desde su trono de piedra negra y sujetaba un bastón de ébano con su mano derecha. De su trompa caían grandes lianas, como estalactitas que el tiempo ha colocado descuidadamente, y de su lomo surgían grandes púas, afiladas, amenazantes, que avisaban de que quizá esa ancestral bestia podía llegar a ser peligrosa. En su trompa florecía musgo, y entre este, escondidos, monstruosos ojos sin parpado mantenían la vista fija en alguna parte del universo. 
Alrededor de el, en aquella isla flotante, cientos de flores se mecían con el viento que producía el movimiento de sus orejas, decoradas con aros de plata de arriba a abajo, que sonaban tintineantes junto el collar de cascabeles que portaba en su cuello.


Abrió la boca para hablar, y el viento de súbito cesó y todo fue de un silencio tan puro que cualquiera hubiese pensado que había ensordecido para siempre, pero la voz del elefante sonó grave y profunda, como si surgiera de las profundidades de una cueva. Hablaba un idioma extraño, a cada palabra, a cada pausa, el cielo se iluminaba de un color diferente, y de allí surgían misteriosas estelas blancas que bailaban hipnotizantes. El monstruo calló, y una fuerza me empujó hacia el, una mano invisible que se apoyaba en mi espalda y contra la que no podía ni quería luchar. Cuando estuve lo suficientemente cerca como para oler las flores que le rodeaban y el musgo que cubría su piel, la mano invisible dejó de empujar, y el dios elefante tendió su trompa hacia mi, y yo, en un impulso, alargue el brazo para recibir el presente que sujetaba y que dejó caer en la palma de mi mano. En una montura repleta de detalles, una piedra con forma de ojo brillaba a la luz de las estelas blancas que bailaban encima de mi cabeza, y contenía en su interior la sabiduría eterna de aquel ancestral ser, me había sido otorgado el tesoro del elefante, la calidoscopio de la verdad.
El elefante volvió a hablar, la voz surgida de una cueva sonaba de nuevo en mis oídos, los colores volvían a aparecer en el cielo, aunque esta vez si podía entender lo que decía. Me senté, sentia cada palabra como un eco que escribía todo en el cuaderno de mis entrañas. Escuché, el elefante contaba historias de seres malvados que comían sueños y animales como el, cuyo trabajo era preservar el orden natural del bien y el mal. Puede parecer cruel, dijo, pero para que unos nazcan, primero otros tienen que morir, y yo soy el que elige quien nace y quien muere, pero los humanos intentáis hacer mi trabajo, y no puedo consentirlo. 

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