5.6.11

Comprate una vida, o dos.

Vendían de todo, peligrosas vidas de acróbata circense, de valientes caballeros que lucharon cabalgando bellos corceles blancos, o de aburridas damas estiradas y repeinadas, siempre pensando en el té y en en análisis de la poesía, de esas que hablan francés y siguen las radionovelas de las 5 en punto. 
El dueño era un prestidigitador que años atrás notó el déficit de vida en las personas, y pensó que vender nuevas vidas, con nuevos recuerdos y nuevas vivencias sería un buen negocio, y lo peor es que no se equivocaba, así que se puso manos a la obra y embotelló todas las vidas que pudo, sin pasar por alto las exigencias de mercado y sin olvidarse de invertir en publicidad. 
Después de muchos meses de trabajo, embotellando vidas, planeando la campaña de marketing y reformando la vieja carpintería de su abuelo Bonifacio, llegó el momento de la inauguración, y la tienda se llenó hasta los topes de personas que no tenían vida y deseaban adquirir una nueva, que buscaban tener recuerdos mejores o un futuro un poco mas interesante. Se hizo de oro en poco tiempo, pero el prestidigitador no era una persona ambiciosa, solo quería ayudar a los demás y poder vivir bien, dentro de los parámetros de un pequeño burgués autónomo. 
Las nuevas vidas venían con manual de instrucciones escritos con palabras simples, sin demasiadas florituras ni un exceso de palabras cultas, para la rápida y fácil comprensión de alguien que no tiene vida ni sabe como usar una.





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