2.7.11

Fusilamiento.

El disparo sonó como cien rugidos de cien leones furiosos, impasibles, y de su pecho surgieron incontables atardeceres rojos dorados y violetas, un torrente de color escarlata que salpicaba el cielo y la tierra, deteniendo el tiempo. La bala se convirtió en el juez de plomo de un juicio improvisado, aplicando la ley del mas fuerte, o el mas veloz, o el mas mortal. Sus ojos llegaron a tiempo para ver el ultimo atisbo de compasión que reflejó el rostro de aquel que sujetaba en alto el arma,  su ultima sonrisa cruel, semi diabólica, el ultimo hilo de humo que el ojo del fusil lloraría aquella tarde, el miedo de sus propias manos agarrándose el pecho, intentando arrancar el dolor del impacto en la carne, el charco de sangre que crecía a su alrededor, la injusticia. 






A cada hombre que derramó su sangre por defender su causa, por no doblegarse ante las garras que oprimieron al pueblo. por cada caído, una marca más en la pared, la batalla que jamás olvidaremos.

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