24.10.11

Todo fluye.

Los blancos ríos, los ríos de leche, que se abren camino por la tierra mas dura, por la tierra triste, por la roca testaruda. Los ríos dorados al ponerse el sol, los ríos plateados al salir la luna, cubiertos por cien mil hojas tiernas de los arboles que son sus hijos y se amamantan de su agua. Los ríos, como venas de alguna deidad verde y fecunda, en ocasiones, incluso, milagrosa, perfecta en su desorden fractal. Los ríos como cabellos cristalinos de una ninfa enterrada, que forman en conjunto una melena cambiante y rápida, fría. Como serpientes reptando por las laderas, los ríos, llenos de peces y estrellas, los ríos que envidian los astros marchitos y ásperos, que anhelan el cosquilleo agradable de las aguas correr por su superficie, el rumor de su incesante recorrido. Ríos que a veces lloran y caen, precipitándose con fuerza hacia el suelo, haciendo crepitar su blanca espuma.
Aquellos ríos que son la sangre de mi tierra y de la tuya, y la de todos, y de los que bebe, de vez en cuando, algún Dios despistado que observa su mejor obra, de la que a veces se olvida.

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