18.11.11

Sangre. Alcohol. Tinta.

Me vacío poco a poco, la sangre mancha el suelo, la vida se me escapa por las grandes grietas que he abierto en mis brazos, ya inertes. La luz está encendida y dentro de un rato el teléfono sonará, pero quien quiera que llame en un momento tan íntimo como es mi muerte no obtendrá respuesta. 

Tengo claro que tardarán en echarme de menos, en percatarse de mi no existencia, pero no lloraré el que nadie me recuerde porque nunca lo hice. ¿La soledad? es lo que menos me importa. No es la soledad lo que me ha destrozado la vida, la soledad siempre ha sido mi mejor amiga. La soledad es la mejor amante de los poetas, se folla a nuestras mentes y nos hace permanecer en un eclipse constante y sombrío, por lo menos, a los que son como yo, eternamente disconformes, distantes e incoherentes, de los que no creemos en las historias de amor, si no en el sexo sin sentido en algún callejón sucio, de los que bebemos y nos drogamos y escribimos mientras vomitamos en el suelo al borde del coma etílico, de los que viajamos en un barco sin velas y hablamos de filosofía con las putas y con los vagabundos con sida. Si, definitivamente la soledad no ha sido el motivo de mi muerte.


Las cataratas de mi sangre sucia y espesa continúan derramando mi ser por la habitación. El teléfono ya ha dejado de sonar y la ventana está abierta, el aire congelado de octubre entra y hiela lo poco que queda de mi.  



Siento que me evaporo, que desaparezco, mi campo de visión cada vez se estrecha más. El tiempo parece detenerse, pero he decidido no mentirme a mi misma y ser consciente hasta el último momento de que no va a cambiar nada cuando ya no esté, los borrachos seguirán llegando tarde a casa, como lo hacía yo, despertando a los vecinos y llorando en las esquinas de sus sucias casas, y que los yonkies del Rabal van a continuar poniéndose hasta el culo de jaco, con todo el abecedario de Hepatitis en sus podridas venas. Sí, todo va a seguir como siempre, por eso siento, o sentía, tanto asco, porque todo parece inamovible. Asco que nacía de mi negro corazón de poetisa desgastada y marchita. Toda yo era asco, y me dejó de importar en el momento en el que me di cuenta que ese asco me hacia escribir cada día peor, que me encerraba mas en mi burbuja, que enmarcaba mas mi palidez y mis ojeras. Debo reconocer que  me encantaba, adquirí el rol que deseaba desde siempre, la oveja negra que se mueve silenciosa como una sombra, nocturna, decadente, aspirando siempre al triunfo, cayendo en el bucle de los desesperados, con los dedos manchados siempre de tinta. Eso es. La Tinta. En el último aliento de vida que consigue bombear mi corazón me percato de lo que ha acabado conmigo es la tinta, mis retinas consiguen girar para ver que estoy rodeada de papeles garabateados y botellas vacías, de poemas con rimas patéticas, versos repugnantes que parieron mis manos, ahora ya frías. Siento deseos de llorar.
 
El teléfono vuelve a sonar, y los vecinos vuelven a discutir. Una ambulancia se oye a lo lejos, no se dirige a mi apartamento. Muero acompañada de mi soledad, me viola por última vez, en el suelo, manchándose con mi sangre, revolcándose en ella. Mis parpados, abiertos sin posibilidad de ser cerrados, se vuelven hielo junto con todo lo que he dejado de mí, unos cuantos poemas, dos botellas vacías y un cadáver hecho girones. 

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