31.1.11

El ataque.

Todos lo sabían, menos yo. La verdad es que nadie sabia nada, y yo sabia lo mismo que los demás.
Todos se movían de un lado para otro, sin sentido, había cundido el pánico, ¡y tanto que había cundido! todos tenían su buena ración de histeria metida en el cuerpo, todos gritaban, lloraban, se lamentaban, se retorcían. Algunos rezaban, otros abandonaban a su dios en ese mismo momento, se alejaban de creer que alguien los salvaría, nos salvaría.
Aquello no era una guerra, era algo todavía peor, pero nosotros no lo sabíamos, solo veíamos horror y caos por todas partes, las alarmas de los coches destrozados se volvían locas, los escaparates de las tiendas estaban rotos, el suelo estaba cubierto de cristales, carne, cascotes de bala y sangre, sobretodo de sangre.
El humo cubría los pulmones, hacia llorar los ojos, era imposible estar integro ante aquella situación, muchos teníamos quemaduras, heridas de bala, pero a cada paso veíamos a gente en un estado mucho peor, las caras desfiguradas, tanto por las bombas como por las muecas de horror, ¿era el fin?
Yo sabia que no, aquello no era el fin, era el principio de algo que iría a peor, y constantemente en mi mente se colaba el deseo de que alguien acabara con mi vida, abandonar, aunque mis ideales eran mas fuertes, y apartaban aquella idea tan estúpida, tan cobarde.
Nunca pensé ver el sufrimiento de tan cerca, tampoco pensé que me acostumbrara tan rápido a aquella visión.
Un ''Águila'', así llamábamos a los enormes artefactos que sobrevolaban nuestras cabezas y que emitían un sonido parecido a las ya extintas águilas reales, paso como una centella por encima de un edificio en llamas, y abrió un agujero en la columna de humo negro que subía hacia el cielo. le siguieron dos aparatos mas pequeños, de color caqui, colocados perfectamente en forma paralela, tomando las curvas con muchísima precisión. Disparaban.
Hacia tiempo que las banderas habían ardido, ya nadie pertenecía a un país, a una nación, a un pueblo, dividíamos las ciudades en sectores, y procurábamos quedarnos cerca del que ya estaba destruido, para no correr el riesgo de ser exterminados por una bomba aérea.
La supervivencia se volvió extrema, caníbal, cuando se acabaron las ratas comíamos cadáveres, era horrible, pero cuando se vive algo así no se sabe que hacer y los instintos se reactivan, y al fin y al cabo, era carne.
El día era igual que la noche, igual de sucio, oscuro, igual de peligroso.
Todo estaba lleno de objetos que nadie había visto nunca, llenos de luces, colores extraños, algunos solo desprendían luz, subían y bajaban del cielo como estrellas fugaces, dejaban estelas enormes durante muchísimo rato, otros artefactos eran alargados y volaban en grupos de unos 5 o 6, siempre juntos, formando figuras en el cielo negro y gris.
En ocasiones veíamos lo que pensábamos que eran soldados, vestidos de gris, con un emblema circular en el traje, pero no llevaban armas, se nos quedaban mirando y hablaban en un idioma extraño, después continuaban caminando por las calles.
Gigantescas naves, como barcos del cielo, surcaban despacio el la noche en las horas de mas calma, eran silenciosas, pero monstruosamente grandes. Nunca veíamos ningún artefacto de aquellos disparar, siempre eran cazas verdes, humanos, los que atacaban a los civiles y lanzaban bombas a diestro y siniestro.




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